Yo y mi Violín: Mis experiencias I

En estos textos, que iré dividiendo en partes, voy a ir narrando las experiencias, tanto positivas como negativas de mi proceso de aprendizaje del violín como estudiante, hasta el tiempo en el que abandoné el eterno síndrome del estudiante que padecí y pasé de la dependencia a ser auto-gestionario y libre con el violín.

Son unos relatos con los que pretendo ahondar en detalle en aspectos físicos, emocionales, psicológicos, filosóficos y sistémicos que han formado parte de mi vida y que forman parte de la vida de muchos seres humanos que se han dedicado o dedican a tocar el violín hoy en día. Quiero con ellos rendir tributo a lo positivo que he aprendido así como denunciar públicamente muchas cuestiones que aún en pleno siglo XXI siguen siendo tabú dentro de las aulas de violín entre profesores y alumnos.

Además espero que estos relatos me den pie a hablar de muchos temas sobre los que tengo opiniones formadas y ordenar un poco la enorme cantidad de información que he ido acumulando a lo largo de no menos de 18 años de aprendizaje tutelado que seguí desde los 5 hasta los 23 años en varios paises.

Comenzar por el principio implica remontarme a la inflexión de 1900-91, tras mi llegada a Oviedo, Asturias, procedente de mi país, Checoslovaquia, actualmente Eslovaquia.En mi familia el linaje de violinistas era entre escaso y nulo. Mi tía, la mayor de las dos hermanas, comenzó a estudiar violín en la Checoslovaquia comunista y para continuar sus estudios tenía que trasladarse de ciudad, independizándose de las restricciones familiares y mi madre al verlo quiso ella también. Así que en realidad violinistas en la familia dos: mi tía y mi madre.

Si que es cierto que desde mi concepción he estado expuesto a la música del violín, clásica y de todas las épocas y compositores dentro del género.

Yo no elegí tocar el violín a los 5, de hecho recibí la noticia sin saber muy bien lo que estaba por llegar y sin demasiado entusiasmo.

Hacía poco que había llegado a España y recuerdo que mi padre me apuntó a Karate, que me gustaba mucho, (eso de dar patadas y puñetazos me entusiasmó) y luego fué mi madre la que me apuntó a violín y se zanjó el tema.

Resulta que cuando me llevó al conservatorio, que de aquella, en Oviedo, en el mismo edificio se encontraban el grado elemental, medio y superior yo no podía acceder aún por no tener cumplidos los 6 años de edad.

Así que mi madre, que hacía pocos meses que comenzó a trabajar en la orquesta del principado de Asturias y a sabiendas de que recientemente habían desembarcado en Asturias músicos rusos a los que se conocía como “los virtuosos de Moscú”, se hizo con el contacto de una de las profesoras que vino con ellos y concertó una clase.

Recuerdo algunas cosas de mi primera clase: la casa de la profesora quedaba lejos, al llegar me dio miedo la señora y que me hizo unas pruebas de repetir ritmo, melodía y me hizo escribir a pulso una linea recta en un papel.

Después de un proceso indoloro y rápido, recuerdo que concluyó que yo estaba capacitado para aprender a tocar el violín y que si mi madre quería que comenzasemos tendría que ser en serio, comprar un violín de mi talla (1/4), coserme una almohadilla de tela para anudar en el cuello y tener un o dos clases por semana por una cantidad que a mi madre recuerdo que le costó asimilar dadas las condiciones económicas en las que estabamos por aquel entonces.

Yo me sentía un poco como el “mandao”, aunque para ser franco, es un modelo educativo enormemente extendido en la europa central y del este el no hacer contribuir o participar a los pequeños en las decisiones que les atañen.

Ahí estaba yo, a las puertas de un complejo camino lleno de momentos bonitos y feos de los que no tenía ni idea… estaba a punto de tener mi primera clase de violín.