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  • Yo y mi Violín: Mis experiencias III

    Durante los primeros dos años aprendía las nociones básicas de tocar el violín con la ayuda de cuadernos rusos de ejercicios y con el tutelaje exhaustivo de mi profesora.

    No guardo mucha memoria de aquella época entre los 5-6 y los 7-8, coincidiendo con los primeros años de vida en España y la adaptación a un ambiente, idioma, gentes y costumbres que me eran nuevas.

    Cuando le pregunto a mi madre, me suele decir que al principio era muy duro y que muchas veces salía llorando de clase.

    Soy de esas personas que lleva mal que le digan lo que tiene que hacer y que sea así porque sí, sin explicaciones.

    Transcurrido el tiempo y con la experiencia dando clases que voy acumulando, la verdad es que encuentro que cuando se explican las cosas es muy ventajoso en el proceso de aprendizaje. En vez de enseñar a obedecer se enseña a razonar, a comprender, a sentir y a entender las implicaciones de las acciones.

    Compruebo además que el ritmo de aprendizaje con alumnos cuando les explico lo que hacemos y les hago preguntas se incrementa mucho.

    Yo de pequeño me sentía intimidado en las clases (algo que duraría mucho tiempo) y en todo caso como un actor pasivo en la ecuación del aprendizaje: era el que obedecía lo que la profesora decía.

    En realidad, salvo pequeños intervalos de tiempo, desde aquella época hasta prácticamente los 18 años, estuve recibiendo clases particulares individuales de violín en el domicilio de la profesora además de las clases de violín que tenía con ella oficialmente en el conservatorio.

    Al principio de hecho, tenía dos clases particulares más breves por semana antes de entrar en el conservatorio. Todo era nuevo.

    Cuando entré en el conservatorio comencé a experimentar situaciones en las que el aprendizaje musical cobraba otras dimensiones más agradables. De aquella cuando entré ya tenía conocimientos básicos sobre las notas, porque a medida que aprendía a tocar el violín mi profesora también me mandaba hacer unos ejercicios de repetir caligrafías musicales y aprender las notas.

    Era espabilado, sin embargo si echo la mirada atrás encuentro que siempre me veía ante piezas musicales que siempre eran de un nivel bastante superior al que yo tenía cuando las tocaba. Eso me producía una enorme sensación de presión y sin duda además la tensión de ir a las clases era un aliciente más que suficiente para desplegar toda mi atención y verme obligado a aprender rápidamente.

    Tenía dificultades desde el punto de vista de mi falta de flexibilidad física que explicaré más adelante, sin embargo tenía una capacidad de concentración muy fuerte, porque a menudo me las ingeniaba para llegar a la clase a medio preparar (porque no me apetecía nada estudiar viendo el “percal” en el que estaba metido) y sin embargo me centraba tanto en la clase por miedo a que se viese que no habia estudiado que a menudo desplegaba una concentración para cuando entré en el conservatorio tenía mucho adelantado.

    Estas son las dos obras que toqué en los dos primeros conciertos en el conservatorio, con 6-7 y 8 años respectivamente.

    El concierto de Rieding:

    El concierto de Vivaldi en La menor:

    De muy pequeño subir al escenario del conservatorio se me antojaba como una especie de juego. Pasar el umbral del escenario evocaba un estado de consciencia muy peculiar: de alguna forma era todo como un cuento, nada parecía real y era como que una fuerza extraña modificaba totalmente mi percepción.

    El espacio y el tiempo en ese estado no parecían tener la misma estructura. Era comenzar a tocar y la libre voluntad era sustituida por una especie de “energía” que tomaba el control y me hacía tocar todo de arriba a abajo tal como en clase sin apenas intervención alguna de mi libre voluntad. Todo comenzaba muy rápido y acababa muy rápido, sin embargo mientras duraba el estado era muy peculiar.

    El mismo estado lo experimenté consistentemente hasta los 15-16 años, aunque sí que es cierto que la ansiedad previa a la salida al escenario comenzó a aumentar a partir de los 10-11 años progresivamente.

    Los estados de consciencia que tienen lugar al salir al escenario son muy interesantes y les dedicaré una mención especial a medida que vaya avanzando en los relatos con el violín.

    De la evolución de la agenda de conciertos que no sabía aún que me esperaba acometer “a saco” antes de los 16  hablaré en la próxima parte…

    Entrada original extraída de:

    http://markovlahovic.com/es/yo-y-mi-violin-mis-experiencias-iii/