Category: Anécdotas

  • Yo y mi violín: Mis experiencias VI

    Esta sexta parte de mis experiencias va a ser dura, quedas prevenido.

    La verdad, a menudo supera a la ficción.

    Lo que ocurre de puertas hacia dentro de un aula de violín entre el alumno y el profesor en una clase individual, daría para escribir tomos enteros.

    En mi caso, transité nada menos que 12 años por el aula de una misma profesora rusa de origen azerbayano. Con ella aprendí las bases de tocar el violín, a un precio demasiado alto.

    Muchos son los profesores que abusan de los niños y jóvenes, física, verbal y sobretodo psicológicamente. Se trata de un tema tan tabú, que a su lado el bullying (violencia entre jóvenes y niños) es “un juego de niños”. El abuso dentro del mundo artístico entre profesores y alumnos es un tema prácticamente “inexistente” para la opinión pública pese a los gravísimos trastornos que genera en las víctimas.

    La razón principal de por qué esto es así, es porque es la palabra de un “pobre estudiante” que no puede contradecir al “gran maestro/a” de turno y esperar que para encima se le crea a él o ella. En todo caso lo que espera que le digan es: “eso son todo gilipolleces, lo dices porque estás resentido y eres un fracasado, etc…”

    Yo, que me desplacé de la antigua checoslovaquia con mi familia huyendo del nauseabundo régimen comunista, me tocó ir a parar a Asturias, la “pequeña rusia”, donde unos pocos músicos venidos del Este montaron su imperio, con sus propias leyes y condenas para todos aquellos que no formasen parte de su “politburó”.

    En aquel entonces llegué a acostumbrarme al nivel de presiones, humillaciones, miedo y tensión, en el sentido de que era algo constante que acabas por no poder ni identificar como tal: la profesora gritaba, no hablaba nada en el idioma de estudio, el español, porque como yo entendía ruso a medias, pues ¡ala! en ruso.

    Era una relación completamente disfuncional: yo, un niño pequeño que tenía que tener “de buen humor” a una señora mayor cuyo genio y mal humor se podía desatar en cualquier momento resultando en comentarios, gritos, violaciones al espacio vital, cuando no al abuso físico (apretones en el brazo, correcciones bruscas y violentas, pinchazos con objetos punzantes de mi mano en el dedo al grito de ¡”relájate”!).

    Yo tenía miedo de esa señora desde el principio, y, sinceramente, no tengo gana alguna de verla hoy en día ni nunca más. Mis recuerdos al respecto son el debatirme con el estres de tener que ir a su clase los jueves y los sabados de cada semana, durante 12 años, una auténtica tortura que viví solo, en aislamiento, aún estando rodeado de gente.

    Profesores, a los que no se les podía preguntar nada, porque las preguntas las tomaban como una ofensa. Maneras burdas de maquillar su incompetencia para resolver los problemas que surgen escondiéndose detrás de un: “chico calla y toca” o un “otra vez”.

    Mis amigos y amigas del conservatorio no estaban mejor que yo, porque yo tenía a una de las de intensidad de abuso mediano. He presenciado de todo en esos 12 años. Desde insultar, humillar y ningunear a mis compañeras de clase por ir vestidas femininas y hermosas, hasta obligarme mediante el chantaje y la presión a salir al escenario a tocar teniendo fiebre o contra mi voluntad por no sentirme preparado con la angustia y el estrés que eso suponía.

    Desde las continuas comparaciones con otros de sus alumnos, o sus historietas de: “esto no es nada, cuando yo estudiaba en Moscú… el profesor si yo tocaba mal abría la puerta lanzaba el atril, las partituras y luego a mí fuera del aula”, contado en el típico tono de heroismo de “a ver quién hace la burrada más grande”, típico del sindrome de Estocolmo causado por el abuso que ellos manifestaban abiertamente tener, sin entender nada y perpetuando en sus alumnos los mismos traumas.

    Todo cosas, cuyo significado por desgracia yo desconocía y de las que no me pude proteger a tiempo.

    Crecí durante años envenenado por la mentalidad soviética de estos humanos desprovistos de humanidad que de maneras más o menos veladas me dejaban claro que los españoles eran escoria sin cultura ni talento que tenían la suerte de tenerles a ellos, los grandiosos músicos del Este.

    Viví escenas sobre mi persona y sobre mis amigos y amigas que cuando lo pienso hoy, darían para poner una denuncia tras otra y meterles en la cárcel uno por uno: desde abusos repetidos, insultos, hasta proposiciones de sexo entre profesor y alumna, abuso físico, humillaciones delante de otros compañeros, críticas dirigidas a destruir y minar sistemáticamente la moral de aquellos “osados” que se atrevían a poner la más mínima coma en cuestión, vaya, el más puro estilo socialista-comunista soviético.

    Y para colmo, eso era lo que se consideraba ser “buen profesor” y hoy en día aún hay gente que defiende esta LOCURA. Los alumnos estaban y por desgracia muchos aun están en la etapa de: “eso, que me meta caña, que sino no hago nada”. Un profundo trance de odio hacia sí mismos como humanos, músicos y violinistas y un trance de abuso que les mantiene atados a niveles de dependencia insana hacia profesores abusadores que no merecen ser llamados tales.

    Durante esos doce años tuve clases también con otros profesores y profesoras ocasionalmente, algunos de ellos auténticos psicópatas, que podían decirte sin problemas tras oirte tocar cuatro notas por primera vez: “chico, todo lo que tu has estado haciendo estos años no sirve para nada, es basura. Tu técnica no te permite tocar, hay que hacer todo desde cero”. Hasta retorcerte la mano de diversas maneras haciéndote daño y concluir: “chico, es que tu mano no gira, no sirves para esto…” todo gilipolleces para ocultar su incapacidad manifiesta para dar clase de violín de manera respetuosa y basada en técnicas conscientes y efectivas.

    Lo escribo y me indigna, me hace sudar y comprendo aún con mayor profundidad el nivel tan sádico y normalizado que todo este mundo tenía y tiene aún hoy por desgracia para muchos niños y jóvenes. Y lo más grave es que esta locura institucionalizada sigue ocurriendo.

    La mayoría de la gente admira esa dinastía de músicos psicópatas… la sociedad admira a psicópatas primarios o secundarios, víctimas de abusos innombrables que a su vez martirizan a las nuevas generaciones.

    Los alumnos, estresados, pero completamente habituados a esos niveles de falta de respeto y de profesionalidad para resolver los problemas que teníamos con el violín, lo que hacíamos era reproducir los compartimientos desequilibrados de estos “titanes” entre nosotros o hacia otros.

    Crecí, con una idea distorsionada de mi mismo, tratando como la mierda a la gente que se suponía no tenían “mi nivel”, mirando a los españoles como inferiores, todo, intoxicado por esa mentalidad de mierda que no había por donde coger, así de claro. De la misma forma crecí idealizando locamente a músicos sin ninguna razón objetiva para hacerlo, alimentando egos y amplificando el efecto halo tan desgraciadamente persistente en el mundo del violín.

    La actitud de las autoridades musicales españolas para con estos supuestos profesores era y es aún hoy en día, una suerte de “lamer el culo” y subyugarse hasta límites que rayan en lo indecente. Lejos de proteger la integridad física, mental y emocional del alumnado, los diversos directores, jefes de estudios y jefes de departamento se plegaban a la altanería y arrogancia de toda esta tropa de mercenarios soviéticos desalmados.

    Recuerdo horas y horas de repetir cosas sin entender por qué, solo porque sí, ni se te ocurra preguntar, horas y horas de estrés y de querer irme a casa y sobretodo el enorme alivio que sentía cuando ya llegaba el alumno siguiente y yo sabía que mi clase estaba terminando.

    Eso sin necesidad de mencionar que el 99% de las clases de una hora y media donde un niño o adolescente como yo en aquella época no paraba de tocar, ni tomaba un vaso de agua, ni pronunciaba una pregunta o palabra en toda la clase eran y aquello era “lo normal”.

    Clases en las que no existía el: “como te sientes tocando eso”, “¿qué opinas sobre ese fraseo?” “¿qué tal te ha ido esta semana de estudio, cuáles son las dificultades?”¿Cómo has estudiado eso en casa, me lo muestras?”.

    No.

    No, las clases consistían en llegar y “tocar para el profe”. Una suerte de lotería en la que si le pillabas de buen humor genial y sino prepárate… es a todas luces, lo que uno puede leer en cualquier manual de psicología concerniente al narcisismo y la relación con personas patológicamente narcisistas: todo gira entorno a ellas y su “humor”.

    No se iba a clase a estudiar, estudiar se estudia en casa, sin que nadie te enseñe cómo hacerlo, sencillamente lo aprendes por “ciencia mística”, “pócimas mágicas” o “apañatelas como puedas”… y además… ¡¡había que pagarles por que no hiciesen su trabajo!!

    Y yo me pregunto, ¿para qué carajos se pagaba y se paga a esta gente 50€ por clase particular (eso cuando no sea un megalómano que cobre 100, 150 o hasta 300 euros por hora he llegado a oír de amigos míos) , un sabado sí y el otro también durante años y años?

    Mi familia le pagó religiosamente CADA clase a esta profesora, y si no había dinero, pues… jódete, no hay clase. En 12 años ni una clase de gesto sin pagar.

    Hace no mucho me dió por calcular la cantidad estimada de dinero que pagué en clases solamente a esta profesora con la que estudié mis primeros 12 años: unos 30.000€ de la actualidad, sin contar la inflacción y el valor de ese dinero en su momento histórico.

    Sinceramente, calidad-precio: bajísima. Si la comparo con lo que aprendí en condiciones humanas similares en Praga es nula. Al menos el capullo que tenía por profesor que no paraba de gritar y humillar, se tomaba “la molestia” de pararme y enseñarme alguna técnica de cómo estudiar las cosas en casa, no solo repetir y corregir notas falsas, arcos erróneos, cambiar digitaciones y gritarme sus fraseos sin explicar una mierda.

    Me encantaría poder emplear un lenguaje más moderado para la cuestión, pero la verdad, es que dada la situación, este es el que mejor expresa el grado de malestar objetivo aún presente por las injusticias que viví y que vivieron mis amigos y amigas a los que tanto aprecio.

    Es algo que me parece inaceptable y que no dejaré de denunciar jamás.

    Continuará en la parte VII

    Saludos