Author: markovlahovic86

  • Yo y mi violín: Mis experiencias V

    Recuerdo muy bien la sala bajo cubierta en la que con menos de 10 años empecé a tocar por primera vez en una orquesta de cámara, solo compuesta por instrumentos de cuerda, en el conservatorio de Oviedo, en España.

    Es difícil expresar fielmente con las palabras las impresiones y los espacios de complicidad que se generan en un evento grupal como los que se generaban allí, en la orquesta de niños.

    Ahora con el tiempo, puedo valorar con mayor profundidad y conocimientos los por qués del gusto de tocar en orquesta en aquella época.

    Estar entre amigos, poder tocar sin estar vigilado y controlado, las bromas y sobretodo esos momentos que solo el que ha tocado en orquesta conoce, cuando la armonía que se genera entre los sonidos que emite cada grupo instrumental generan una “ola” que muchos de los miembros pueden sentir pasar como un intenso escalofrío placentero por todo el sistema nervioso.

    Recuerdo que el grupo de pequeños estudiantes que eramos fuimos separados en una sección de primeros y una de segundos violines. Algo debió pasar que le caí bien al profesor que hacía de director de orquesta y tras escucharnos me sentó delante del todo a su izquierda, en el puesto que yo ya conocía por los ensayos de la que fué la orquesta de mi madre, el lugar del concertino.

    El mundo musical clásico está lleno a rebosar de mil y un mitos. Asimismo se haya lleno de mistificaciones de las más variopintas, muchas de ellas vinculadas a nacionalidades, talentos, posiciones y diversos nombres más o menos prestigiosos de personas a las que casi nadie conoce realmente.

    Yo de aquella viví ese periodo con orgullo y sobretodo con mucha alegría, eran los ratos en los que recuerdo que me gustaba ir de verdad al conservatorio y en los que encontraba un refugio y una motivación por los sacrificios y la presión a la que estaba sometido.

    Me gustó especialmente cuando al poco tiempo de empezar, el profesor decidió pasarme a mí y a unos cuantos compañeros y compañeras a la orquesta de grado medio, que ensayaba en el auditorio del conservatorio.

    Aquel lugar me parecía enorme. Me imponía mucho respeto. Era el lugar donde ensayaba la orquesta profesional del Principado de Asturias justo antes de mudarse a su nueva sede.

    Durante los seis años del grado medio estuve desempeñando la labor de concertino de la orquesta, que ya era una agrupación sinfónica completa, con cuerda,  con viento madera, metal y percusión.

    La verdad que para ensayar una vez por semana y tener un gran grado de risas y “cachondeo”, llegamos a preparar mucho diferente repertorio y a dar muchas decenas de conciertos, no solo en la Provincia de Asturias, sino también en la vecina León.

    Mientras tanto, en mis años de grado medio compaginaba mi clase semanal de violín en el conservatorio, usualmente los jueves con una clase privada en clase de mi ex-profesora los sábados.

    A partir de grado medio empecé a tocar conciertos yo solo, acompañado de piano en el conservatorio. A medida que iba preparando piezas, las iba tocando , mi ex-profesora hacía servir la sala del auditorio del conservatorio y ocasionalmente la biblioteca del conservatorio para apuntarme a tocar.

    Fué un período complejo, especialmente cuando comencé a tocar obras con cambios de posición. Mi ex-profesora convirtió el tema de los cambios de posición en una especie de obstáculo en el que me atascaba una y otra vez.

    Toqué muchas obras diferentes en concierto durante el inicio del grado medio. Una de las más notables, que toqué mejor sobre el escenario fué la sonata Didona Abandonata de Tartini y el concierto de Mendelsohn.

    Subir al escenario para mí a esa edad era una experiencia extraña, me sentía inseguro antes de subir a tocar, pero una vez ponía el pié en el escenario, era como si una fuerza desconocida a mí tomase el control de todo y yo me quedase de espectador a mirar lo que ocurría.

    Cuando cierro los ojos puedo acordarme perfectamente de la sensación y hasta de cómo era consciente de que todo aquello estaba siendo tocado como con un “piloto automático” en el que yo tenía muy poco que ver. Retomaba el control de mi “avatar” una vez salía del escenario y entonces podía sentir el alivio de que todo hubiese terminado y el bajón/subidón que ocurre tras un concierto.

    Al principio era así y no me costaba salir a tocar, tocaba todo de memoria y de aquella la memoria y el miedo a perderla no era un problema con el violín, me encontraba más obsesionado con los cambios de posición y el pulgar de mi mano izquierda, pero cuando salía al escenario lo que fuera que tomase el control, me hacía tocar todo desde el principio al final.

    Recuerdo, que hubo una pequeña excepción, que fué cuando salí a tocar la sonata Didona Abandonatta de Tartini. Es una pieza que a mi parecer transmite muy bien ese aire de abandono y de alguna forma conectaba especialmente con esa música.

    Debió gustarle a la gente que me escuchaba (el público era reducido, pero en aquellos más númeroso que en las últimas ocasiones que he estado), entre los cuales estaban mis padres, mi ex-profesora y amistades, porque me hicieron salir dos veces al escenario a saludar tras terminar.

    Tenía yo una curiosa y poderosa manera de maquillar mi inseguridad en el transcurso de recorrer los 25-30 cm del umbral de la puerta blanca batiente que daba al escenario, de un lado de la puerta era un niño hecho un manojo de nervios y del otro lado arrojaba un aire de seguridad y suficiencia que cuando me he visto en algún vídeo me hacía hasta gracia.

    Cuando las obras comenzaron a escalar de dificultad, Seitz, Rode, Mendelsohn, Sarasate, Wieniawski, Saint-Saens… y mi edad siguió aumentando también mi grado de estrés y mi dificultad de salir a escena fué evolucionando.

    Eso y otras cosas de mis experiencias con el violín lo seguiré narrando en la parte VI de Yo y Mi Violin.

    Un abrazo y hasta pronto.

    Marko

    Original extraido de: http://markovlahovic.com/es/yo-y-mi-violin-mis-experiencias-v/